Un amigo "poco" creyente, o quizás para nada creyente en Dios, le bastó con ir a una hora santa conmigo, NO LE HABLÉ, NI INTENTÉ VENDERLE la idea de Dios y su grandioso amor, para verlo arrodillarse, y llorar emocionado ya varios jueves y escucharle decir a otros: "Dios existe"